martes, 19 de junio de 2012



Escuela La Carolina en base militar, Durazno


Patricia Marino (23), viaja en helicóptero a la escuela y duerme en el salón de clase. Sus tres pequeños alumnos estudian entre el ruido de metrallas y explosiones de bombas. Así es la vida en la escuela rural La Carolina, perdida a las orillas del Río Negro.


Son poco más de cien kilómetros hasta la ciudad, con tramos intransitables ni siquiera se los puede llamar caminos.


Una maestra como bajada del cielo.

Es viernes. Terminó la semana de clases y la maestra, está pronta para volver a su casa, en la ciudad de Durazno. Pero no lo puede hacer. La copiosa lluvia de los últimos días dejó inhabilitada la pista de aterrizaje de pasto del aeródromo militar La Carolina, que está a pocos metros de la escuela donde ella da clases, en medio de los lagos del río Negro, próximo a la represa de Rincón del Bonete.
Mucho menos podrá volver por tierra. Son poco más de cien kilómetros hasta la ciudad, con tramos intransitables -ni siquiera se los puede llamar caminos, porque no existen como tal- donde abundan pozos, pastizales, ramajes y decenas de porteras para atravesar. Y peor bajo lluvia, donde los arroyos y cañadas inundan la zona.
“Y bueno… acá estamos aislados del mundo, comiendo una torta frita con mis pequeños (por sus alumnos), tomando unos mates y mirando por la ventana, viendo a ver si mejora el tiempo. Hay mucho verde y agua por acá”, dice con tranquilidad la joven (y única) maestra de una escuela poco conocida, incluso hasta en Durazno.
Se trata de la escuela rural La Carolina, que está enclavada justo en un destacamento militar de la Fuerza Aérea (perteneciente a la Brigada II de Durazno) y volvió a abrir sus puertas a mediados de 2010 luego de estar cerrada durante unos cuántos años.
“Estuvo un tiempo sin funcionar porque no había niños en la zona. Pero volvieron a aparecer pequeños y se reactivó. Ellos están chochos con su escuela”, cuenta Marino. Es que si no fuera por este lugar no tendrían acceso al estudio, ya que el centro educativo más cercano les queda, exactamente, a 65 kilómetros de donde viven actualmente. Matías (12), Diego (8) y Guillermina (8) son los tres alumnos que tiene hoy la maestra de esta particular escuela. El mayor cursa sexto de escuela, mientras que Diego está en tercero y la pequeña cursa segundo año.
“En principio eran cinco niños, pero dos de ellos se fueron con sus padres, que trabajaron un tiempo en una estancia cercana pero luego se mudaron a trabajar a otra estancia”, explica la maestra. De los tres que quedan, la niña es la única que no vive en el destacamento.
Guillermina vive en la estancia donde trabajan sus padres, que queda a 10 kilómetros de la escuela. Todos los días, religiosamente, la llevan y la van a buscar a la escuela en moto. En tanto, los otros dos pequeños viven en el destacamento; son el hijo y el sobrino del matrimonio de militares que están a cargo del aeródromo.

"Esta escuela funciona una semana sí, y una semana no. Una semana cada dos, me vengo a vivir con mis alumnos"

CASA SALÓN

Dado las distancias y la complejidad para los traslados la maestra también vive en el destacamento, de lunes a viernes, y con sus alumnos, aunque lo hace una semana cada dos. Es que el régimen de clases es distinto al de cualquier escuela urbana o rural.
“Esta escuela funciona una semana sí, y una semana no. Cuando me dijeron me llamó la atención porque ninguna escuela funciona así. Una semana cada dos, me vengo a vivir con mis alumnos”, explica a las risas la maestra que, por si fuera poco, duerme dentro del salón donde da clases. Un ropero de grandes dimensiones oficia de “pared divisoria” entre su espacio personal y su lugar de trabajo. “Nunca llego tarde a clase: me levanto, camino dos pasos y estoy en el salón (se ríe). La verdad me cambiaron todos los hábitos con respecto al año pasado, cuando daba clases en la localidad Centenario. Viajaba todos los días 70 kilómetros, ida y vuelta… Correr hasta la parada, correr a la vuelta. Acá hago vida de campaña”, dice contenta, mientras uno de sus alumnos le ceba mate y comparten tortas fritas recién hechas.
Además de la habitación de la maestra, el salón de clases cuenta con una estufa a leña, una pequeña biblioteca, el escritorio, bancos, un baño y las carteleras pertinentes al curso. Hace unos días la Fuerza Aérea donó pintura de color y los niños, junto con la docente, van a pintar una de las paredes.
Compartir las 24 horas con sus alumnos “es toda una experiencia”, cuenta Marino a El País . “Yo vivo con ellos, imagínate… Estoy las 24 horas del día con ellos. Es toda una experiencia, invalorable. No hay otra escuela igual a esta. Tenemos clase desde las 10 de la mañana hasta las 3 de la tarde. Y después seguimos juntos porque vivimos acá. Son unos santos y muy buenos alumnos, inquietos, metedores, con ganas de saber”, afirma Marino.
“Maestra, te llama tu ma-má”, interrumpe uno de los pequeños la entrevista mientras le alcanza el teléfono. “Ves que son unos santos”, acota Marino, al tiempo que le pide la llame por el nombre. “Me dicen maestra todo el día. Yo les digo que me digan Paty fuera del horario de clase, pero no hay caso. No logran diferenciar”. Salir a pescar, andar a caballo y recorrer el campo son las actividades preferidas de los tres niños, que aseguran, estudiarán en la Escuela Agraria.
“Después de clase, se ponen sus atuendos gauchescos, sus bombachas, sus botas, y yo me paso idiotizada sacándoles fotos porque son divinos, y por lo general se van dos horas a recorrer el campo. Y vienen y se ponen a jugar acá. Yo juego con ellos muchas veces, aunque los exijo con los deberes”, reconoce Marino, en su doble función.
El matrimonio de militares es el encargado del mantenimiento, cuidado, y la cocina del destacamento. Un lunes cada dos, Marino viaja con su perra en avioneta o helicóptero, desde la ciudad de Durazno, donde vive, hasta el destacamento donde se encuentra la escuela.
“Me encanta volar. Deseo que me manden siempre por aire. Por tierra es una transa. El trayecto es horrible, llegás toda zangoloteada, movida. No es nada cómodo”, reconoce a El País la maestra de La Carolina, que cada semana arriba a la escuela como “bajada del cielo”.
 

Una escuela “perdida”

 La escuela rural La Carolina se ubica a poco más de 100 km de la ciudad de Durazno, en medio de los lagos del río Negro, cerca de la represa de Rincón del Bonete. La escuela funciona dentro del destacamento de la Fuerza Aérea que cuenta con un aeródromo y un predio de práctica militar.
Por vía terrestre solo hay una forma de llegar. Desde la ciudad de Durazno se toma por ruta 5 al norte, algo más de 40 km hasta la localidad de Parish (después de Carlos Reyles) y desde allí sale un sinuoso camino de tierra que recorre 60 km hasta La Carolina.

“sentí que estaba en la Segunda Guerra Mundial dando clases”

Las clases entre ruido de metrallas y bombas

 Estar casi pegado a un aeródromo y a un predio de práctica militar hace que, por momentos, la clase se disperse, a pesar de que son solo tres alumnos. “La pista está al lado del salón y el predio de prácticas militares está a dos kilómetros a la vuelta. Hace poco vino una unidad especializada en detonación de bombas de Montevideo y yo te juro que me sentí que estaba en la Segunda Guerra Mundial dando clases. Unos estruendos tremendos, que hacían temblar todo”, contó a El País Patricia Marino, la maestra de la escuela. Es que generalmente suelen hacer allí las prácticas militares los efectivos uruguayos que están por partir de misión de paz.
Cada vez que llega al destacamento militar una brigada o un contingente a realizar sus prácticas, donde se despliegan aviones de la Fuerza Aérea y tanques de las Naciones Unidas, los niños se alborotan.
“Para los chiquilines es sumamente interesante. Cada vez que ven un avión por el aire o un tanque quedan encantados. Ellos se han subido a esos tanques que van a las misiones de paz, se sacan fotos… quedan chochos. Los aviones se ven por la ventana del salón, porque muchas veces vuelan bajito. Yo ya siento venir a un avión y ellos (los niños) me quedan mirando para ver si yo les digo que pueden salir a mirar”, dice la maestra, con complicidad.

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